Infancia en los 60, y a los 60

Infancia en los 60

Nacido, crecido, y todavía envejeciendo en el parque, tengo toda una vida de recuerdos de lo que fue y es ahora Suanzes. Entre las muchas memorias de mi niñez todavía puedo ver cómo era la zona de arriba de las plazas de Virgen del Trabajo, junto a la casa en la que crecí entre los años 60 y 80.

Al principio no existía lo que hemos conocido como el club, ni el economato, y los soportales servían para jugar los niños en los días más lluviosos. En aquél entonces daba igual la temperatura; lloviera o nevara, la vida se hacía siempre en la calle.

Algunos recordarán que antes de que empezaran a funcionar estos locales se pasaba consulta en el bajo centro de Virgen del Trabajo 1, y al no estar el colegio se impartían las clases en lo que luego fueron las porterías de Juan Antonio Suanzes y Virgen del Trabajo, en los bajo derecha de los portales.

Los primeros locales que comenzaron a proveer de servicios al parque fueron los situados a pie de la Avenida del Veinticinco de Septiembre, eso sí, algo diferentes a los que conocemos ahora.

Parque Marqués de Suanzes Soportales

Dando nombre a la plaza, se encontraba la todavía presente parroquia de la Virgen del Trabajo, iniciada con los servicios de su primer sacerdote, Don Luis, cuya estancia fue muy breve pero todavía se recuerda.

Más presente fue el paso de Don José María, quien, durante muchos años bautizo, casó y dio la comunión a casi todos los vecinos del parque. Su traslado a una parroquia de la zona de Plaza de Castilla nos trajo a Don Basilio, también con un largo servicio, convirtiéndose en el último párroco hasta el cierre de la parroquia de forma continuada.

Recordando algunos de los locales ya desaparecidos, los más veteranos seguro recordarán la consulta médica. Qué tiempos aquellos en los que Don Joaquín, con su especial tono de voz, te decía que no tenía importancia.

Y es que en la vida hubiese podido adivinar que la antigua consulta médica del parque se convertiría en una escuela de pilotos.

Aunque si de algo me acuerdo, valga la ironía, es de las peluquerías. Porque sí, teníamos peluquerías en plural.

Con un local exclusivo de mujeres y otro de hombres, siendo la «mitad» de las mujeres tres veces el tamaño de la segunda, allí, durante muchos años, Carmen y Nicolás nos peinaron y nos cortaron el pelo sin importar edad ni género.

A ellas, grandes peinados hacia arriba sujetos por botes enteros de laca, mientras que a los hombres, nos esperaban cortes de pelo casi al cero con maquinilla manual. Y es que daba igual lo que le pidieras, sólo había dos cortes de pelo: a los niños rapado y a los adultos con tijera.

Pero lejos quedan ya estos tiempos, con la misma prueba viviente de mis hijos, ambos luciendo melenas largas, y un barrio que continúa modernizándose en éstos y muchos aspectos más cada día.

Escrito por Alfredo Malo Croas